Una simple mirada ...
29 de junio de 2013
27 de junio de 2013
Itaca
Cuando emprendas el viaje hacia Itaca
Ruega que el camino sea largo,
Lleno de aventuras, lleno de descubrimientos.
A Lestrígones, a los Cíclopes,
Al colérico Poseidón, no temas:
Nunca hallarás tales seres en tu camino,
Nunca mientras altos sean tus pensamientos,
Mientras una extraña emoción
Estimule tu alma y tu cuerpo.
A Lestrígones, a los Cíclopes,
Al fiero Poseidón, nunca encontrarás
A menos que en tu alma los lleves dentro,
A menos que tu alma los ponga delante tuyo.
Ruega que el camino sea largo,
Que sean muchas las mañanas de verano en que,
Con gran placer y alegría,
Entres en puertos desconocidos.
Podrías detenerte en los mercados de Fenicia, y
Comprar hermosas cosas:
Coral y nácar, ámbar y ébano.
Toda clase de perfumes sensuales,
Adquiere tantos como puedas;
Podrías visitar muchas ciudades egipcias
Y no dejar de aprender de sus sabios.
Que siempre Itaca esté en tu pensamiento.
Llegar ahí es tu destino.
Pero nunca apresures el viaje.
Es preferible que dure años,
Que seas viejo cuando alcances la isla,
Rico, con todo lo que haz ganado en el camino,
Sin esperar que sea Itaca la que te haga rico.
Itaca te dió un maravilloso viaje,
Sin ella no habrías partido.
Pero ella ya no tiene mas que darte.
Y si la encuentras pobre, no creas
Que Itaca te ha engañado:
Sabio como te haz hecho,
Tan pleno de experiencia,
Habrás entendido lo que significan las Itacas.
Constantino Kavafis
11 de noviembre de 2010
Un Hombre Grande
Tú, Antonio, el menos público de los hombres, con la elocuencia viril de tu silencio, has llegado a esos lugares donde habitan Epicteto, el emperador Marco Aurelio o Su Santidad El Dalai Lama.
Solo tú puedes describir en bellas palabras ese país que habitas:
"Y qué más valioso puedo pedir, apreciado Fernando, que la certeza de la presencia espiritual de mis mejores amigos?
Estos días de incertidumbre, pero también de calma reflexiva, me han ayudado a poner en perspectiva muchas cosas. Partiendo de la aceptación tranquila de mi actual estado de salud, estoy abierto a cualquier eventualidad: si alcanzo el alivio, o al menos el manejo razonable de mi enfermedad, gracias sean dadas a los cielos; si estuviera abocado al proceso irreversible de mi propia muerte, en tiempo más bien cercano, trataré de esperar el momento en cierto estado de lucidez, de serenidad y con cierto sentido del decoro personal, quiero decir, sin melodramas ni alharacas innecesarias.
Me parece, querido Fernando, que la cuestión de fondo no es otra que, como dice Eckhart Tolle, el secreto del asunto consiste en "Aprender a morir antes de morir", o lo que es lo mismo, aprender a vivir bien como requisito para morir mejor".
Solo tú puedes describir en bellas palabras ese país que habitas:
"Y qué más valioso puedo pedir, apreciado Fernando, que la certeza de la presencia espiritual de mis mejores amigos?
Estos días de incertidumbre, pero también de calma reflexiva, me han ayudado a poner en perspectiva muchas cosas. Partiendo de la aceptación tranquila de mi actual estado de salud, estoy abierto a cualquier eventualidad: si alcanzo el alivio, o al menos el manejo razonable de mi enfermedad, gracias sean dadas a los cielos; si estuviera abocado al proceso irreversible de mi propia muerte, en tiempo más bien cercano, trataré de esperar el momento en cierto estado de lucidez, de serenidad y con cierto sentido del decoro personal, quiero decir, sin melodramas ni alharacas innecesarias.
Me parece, querido Fernando, que la cuestión de fondo no es otra que, como dice Eckhart Tolle, el secreto del asunto consiste en "Aprender a morir antes de morir", o lo que es lo mismo, aprender a vivir bien como requisito para morir mejor".
2 de noviembre de 2010
El fuego y los libros
En maniobra distractora, los romanos incendiaron sus propias naves, pero el fuego se extendió a la Biblioteca , que estaba cerca del muelle. Ardieron centenares de miles de volúmenes y objetos de arte. En medio de la conflagración, Teodoto, tutor de Ptolomeo Dionisio, el pequeño Faraón, corrió a avisarle al Emperador de Roma: “¡César —le dijo—, está ardiendo la memoria de la humanidad!”. Viejo y desencantado, harto de glorias y traiciones, Julio César lo miró desde la cima de sus 54 años: “Déjala que arda, es una memoria de infamias”.
Para consolar a Cleopatra, Marco Antonio le regaló la Biblioteca de Pérgamo, cuyos libros estaban escritos por vez primera en pergamino, y Augusto la indemnizó con 200 mil volúmenes de la Biblioteca del Capitolio.
El segundo golpe vino de Oriente. En el siglo VII los ejércitos del Islam entraron a saco en Alejandría. Omar entró a la Biblioteca , recorrió los pasillos que separaban los atiborrados estantes, vio con ojos de animal los rollos y los códices, y ordenó prender fuego al edificio. Era el Califa y uno de los hombres más poderosos del mundo pero no sabía leer. Sus oficiales protestaron la orden. Omar los desarmó con un dilema brillante: “Si estos libros difieren del Corán, son falsos; si coinciden, son superfluos”.
Víctor Hugo trazó el perfil de Omar en un párrafo de su Shakespeare:
“En el siglo VII un hombre montado en un camello y acurrucado entre dos sacos, uno de higos y otro de trigo, entró en Alejandría. Estos dos sacos, y por añadidura un plato de madera, constituían todas sus riquezas. Este hombre sólo se sentaba en el suelo, y no se alimentaba más que de pan y de agua. Había conquistado la mitad del Asia y del África. Había asaltado o quemado ciudades, aldeas, fortalezas y castillos. Había destruido cuatro mil templos paganos o cristianos. Había edificado mil cuatrocientas mezquitas. Había vencido a Izdeger, Rey de Persia, y a Heraclio, emperador de Oriente. Este hombre se llamaba Omar y quemó la Biblioteca de Alejandría”. Y no dice más. Hugo despacha la tragedia en pocas líneas. Se parece a Cervantes, que nos da la muerte del Quijote en dos frases. Tal vez así es como deben tratarse los asuntos dolorosos.
Por Julio Cesar Londoño
Por Julio Cesar Londoño
29 de octubre de 2010
Un fino hilo de seda
En 2008, la compañía de El Colegio del Cuerpo tuvo el privilegio de actuar en Tokio y de conocer al creador de la danza butoh Kazuo Ohno.
El director Álvaro Restrepo recuerda el encuentro para El Espectador.
En el marco de la celebración de los 100 años de relaciones diplomáticas entre Japón y Colombia, frente a algunos miembros de la familia imperial japonesa e invitados especiales de la Embajada de Colombia, en el teatro Rikokan, la compañía de El Colegio del Cuerpo (integrada por bailarines cartageneros y algunos japoneses reclutados en Tokio) interpretó: El Cuarteto para el Fin del Cuerpo, basado en la música del gran compositor francés Olivier Messia.
El día de nuestra segunda actuación, pocos minutos antes de salir a escena, un empleado del teatro nos traía un hermoso ramo de flores… ¿Flores en Tokio? ¿De quién? No conocíamos a nadie en Tokio, ya que era la primera vez que actuábamos en esta ciudad. En un pequeño sobre, oculto entre las flores, dos tarjetas: una de Kazuo Ohno y la otra de Yoshito Ohno. ¿Es posible? ¿Flores enviadas a una desconocida compañía colombiana por unas leyendas vivas como Kazuo Ohno y su hijo?
La última vez que había tenido noticias del gran Kazuo, iniciador, junto a Tatsumi Hijikata, de la danza butoh (la danza de las tinieblas post-Hiroshima), tenía al menos 95 años... No se me había cruzado en la mente la posibilidad de conocerlo. Había intentado, eso sí, contactar a Ushio Amagatsu, director de Sankai Juku, la compañía butoh que varias veces embrujó a Bogotá en el Festival Iberoamericano, pero andaban de gira.
Pregunté si estaban en el teatro, pero me dijeron que no habían podido asistir. Sin embargo, en un gesto de cortesía —muy japonés— habían querido honrarnos, ya que les habían hablado bien de nuestro trabajo, y querían desearnos suerte. Al día siguiente, a primera hora, llamé ilusionado al número de teléfono de la tarjeta y hablé con un gentilísimo Yoshito Ohno, quien nos invitó a su casa en Yokohama, a una hora de Tokio en tren.
En la estación nos esperaba Seiji Tanaka, joven bailarín y fotógrafo, asistente y discípulo de Yoshito, quien nos condujo a la modesta casa del maestro en la parte alta de la ciudad. Nos recibió con amabilidad Yoshito, un hombre menudo de unos 70 años, de una gran elegancia y dignidad, quien de inmediato nos condujo a una habitación contigua a la cocina donde yacía, en una cama de hospital, el gran Kazuo Ohno, el Maestro, su padre, con sus 103 años a cuestas, conectado a un respirador, la boca abierta y sus dos míticas manos gigantescas cruzadas sobre el pecho.
“Voy a despertarlo… —nos dijo Yoshito—, pueden hablarle y tocarlo… él los escucha…”. Se dirigió a la cocina y desde allí encendió un equipo de música: esperaba alguna melodía japonesa tradicional pero, para nuestra sorpresa: Elvis Presley: Love me tenderly.
Kazuo Ohno reaccionó y pareció regresar del otro extremo del túnel y, por unos instantes, movió delicadamente sus manos y sus dedos, como si tocara un instrumento invisible con unos finos hilos de seda y emitió unos extraños gemidos. Con reverencia y extremo pudor, animado por Yoshito, tomé sus manos y le agradecí por haber sido el ser extraordinario que había sido —y que aún era— y por su danza poética… única… eterna.
Como los onnagatas del teatro Noh (actores que se especializan en roles femeninos), Kazuo Ohno casi siempre, profundamente ligado a la imagen y a la memoria de su madre idolatrada, encarnó mujeres:
La Argentina, gran bailarina de flamenco quien lo influenció profundamente, amiga de García Lorca, geishas atemporales, insectos, seres andróginos que mezclaban en su esencia el Oriente y el Occidente, la muerte y la vida, el espacio interior del cuerpo y el tiempo como materia, como el río en el que estamos sumergidos inevitablemente. Y siempre acompañado por la presencia de Yoshito, su hijo, como una especie de álter ego, una sombra, un espectro, un eco renovado de su sobrecogedora presencia escénica.
Al salir de la habitación de Kazuo sensei (maestro), nos esperaba en la mesa de la cocina una deliciosa cena, preparada con el primor y la sofisticación de la que sólo son capaces los japoneses.
Luego nos condujo al estudio de danza. Allí sacó una inquietante marioneta mexicana que representaba a su padre y, al compás de El Sueño de Amor de Liszt, Yoshito —con lágrimas en los ojos— puso a bailar en el aire a un Kazuo Ohno diminuto, regalándonos un momento de gracia y de poesía que nunca podré borrar de mi mente.
Acto seguido, poseído por la emoción y la gratitud, propuse danzar en su honor uno de mis solos: Divertimento trágico sobre el Capítulo 68 de Rayuela. Él también lo recibió agradecido, ofreciéndonos después regalos: libros y afiches con dedicatorias, videos. Seiji Tanaka nos obsequió también una imagen histórica: en ella se ve a Pina Bausch besando con fervor a Kazuo Ohno en el año 2003… ¡Quién habría podido pensar que Pina se iría de este mundo antes que Kazuo!
Al salir, nos despedimos emocionados, con la promesa de volvernos a ver luego del viaje que emprendería a Nara y Kyoto. Apenas regresé a Tokio, llamé a Yoshito y me dijo que justamente ese día bailaba en la Universidad de Tokio y que le encantaría que asistiera.
Se trataba de un encuentro académico con historiadores del butoh y críticos de danza. Ese día, Yoshito bailó un hermosísimo solo con una extraña máscara de hipocampo, y luego danzó Kazuo Ohno-marioneta en las manos de su hijo. Cuando ya iba a finalizar el evento, Yoshito me pidió públicamente que bailara mi Divertimento Trágico; recibí esta invitación como un honor y como un regalo de la vida.
El fino hilo de seda que aún unía a Kazuo Ohno/Tiempo con su cuerpo se rompió el 1 de junio de este año. Sin saberlo, habíamos ido a Tokio con El Colegio del Cuerpo a bailar el Fin del Cuerpo sobre la música del Fin del Tiempo (como un homenaje inconsciente a Kazuo Ohno). Sin saberlo, habíamos ido al encuentro de un bailarín que supo hacer de su decrepitud, de su cuerpo-tiempo, una obra de arte. Desde Cartagena hasta Yokohama, flores. Flores para Kazuo y Yoshito.
Ciencia y Religion
Por: María Lucia Silva Fernández – Estudiante de Noveno Grado Bachillerato
Desde el principio de los tiempos modernos, ciencia y religión han estado en continua discusión: Es la ciencia la razón que todo lo explica? Hay espacio para la fe y para las creencias religiosas?
No hay manera de saber si la ciencia es errónea o no, aunque eso no le da la razón a la religión.
La mayoría de las personas deciden seguir el camino de la ciencia, pues esta tiene formas de ser comprobadas, con diferentes experimentos y hechos que lo demuestran.
Mientras que la religión solo se basa en textos sagrados como la Biblia, el Corán, u otros libros religiosos.
Nadie puede comprobar que los datos o acontecimientos narrados en estos libros ocurrieron realmente: Muchas de las citas bíblicas fueron escritas según relatos, que los autores escucharon por medio de la tradición oral, y luego adaptaron según sus necesidades espirituales. Pero no es que ellos hayan visto o vivido dichas experiencias.
Las personas pueden creer o no en la religión, dependiendo de lo que les han inculcado en sus hogares, pues si en sus casas les enseñaron acerca de Jesús o de algún otro líder religioso en particular, seguirán creyendo esto durante toda su vida, a menos que mediante la educación se confronten las hipótesis y las teorías con otras corrientes de pensamiento.
Probablemente pensarán que la ciencia no es verdadera y que los resultados han sido alterados para que se pueda verificar un dato o un hecho.
Pero, ¿Quién nos dice que la ciencia tiene la razón? ¿Cómo podemos saber que los procedimientos que se usan para comprobar alguna hipótesis son los correctos?
Probablemente estas preguntas no tienen respuesta, pues ¿Cómo saben los científicos que hay que sumar y no multiplicar?
¿Cómo saben que los pasos que están siguiendo son correctos y en el orden que es?
A pesar de eso, la ciencia sigue siendo la opción más viable: Es preferible tener un resultado o una verificación aunque sea aproximada, a no tener nada.
Desde mi punto de vista, las personas que deciden seguir la religión son conformistas y perezosas: Pues no se preocupan por comprobar o experimentar por ellos mismos. Solo se dedican a leer la Biblia o cualquiera que sea su libro religioso, sin preguntarse si es verdad o no. Creen solamente en lo que los religiosos dicen y cualquier cosa que no esté en dichos libros no se ajusta a la verdad.
La religión trata solamente de especulación y fe, mientras que la ciencia se basa en hechos comprobables y tangibles.
A medida que el tiempo pasa y la ciencia avanza, se han logrado desvirtuar muchas de las creencias e ideas que inculcaba la religión, ya que por medio de instrumentos y precisión tecnológica, se ha podido demostrar que muchas de las tesis de la ciencia eran las correctas.
En conclusión, ambas posiciones son viables! Depende de cada persona decidir por alguna de las dos: Bien basándose en hipótesis, teorías y hechos demostrados, o bien apoyándose en los arraigos de la fe.
23 de octubre de 2010
Barichara - Colombia
El pueblo de piedra
El camino solitario del viajero... |
Y un reposo para su andar! |
El pueblo duerme su dulce sueño... |
En el silencio sin tiempo. |
Mientras el camino se empina, |
Y el camino se ensancha. |
El trabajo de los ancestros se prepara, |
Para el papel que aguarda su conquista: |
Que por fin ha terminado! |
Sera que los muros de calicanto... |
Y la iglesia del pueblo se contagian ... |
De la risa de los niños que retozan? |
O del cansancio que aun no termina su faena!? |
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